viernes, 3 de julio de 2009


La selva se detiene abrupta
donde congéneres árboles
cortados
tomados para la causa
pelados a hachazos
celebran el ingenio del hombre
en cientos de estructuras.
Carpas mangrullos cocinas.
Casuchas donde detener la selva.
Donde se detiene la guerra
donde se recuerda la casa.
Troncos desbastados firmes.
Perros guardianes.
Soldados del orden.
Soldados y perros
a su sombra incompleta.
Ladran jubilosos los perros
al paso de la formación
perfecta geometría concertante
de la escuadra militar.
Vistosos los hombres en la parada
exhibiendo sus mejores ropas y armas de batalla
elegantes modelos argentinos
en la pasarela viril
de espaldas a la selva
y sus intrincados pasajes.
De espaldas al enemigo
que no desfila
que espera en los bordes
con cuchillos entre los dientes.
Con un ejército de flacas calaveras
de lenguas rojas
impacientes y rezongonas
que espera en los bordes
a que sus hombres
sus fieles inocentes
comiencen la obra.
La representación de la muerte
la batalla arrasadora
que conquiste para ellas
caracúes y almas bellas y educadas
para manosear las vértebras
y sacudirlas en un cubilete
de cuero
mezlcándolas y preparándolas
para un nuevo armado.
Un entramado diferente
de cuerpos despojados
de su anterior estado
antropomórfico
imagen y semejanza, dicen
de un creador
que los crió armoniosos y nobles.
Esperan las lenguas muertas
sorber de esos huesos
cuando la forma del hombre
sea violada por la naturaleza grotesca
de los machetazos a mansalva
y los empujones y desgarramientos del combate.
Multitud de nuevas formas y
combinaciones de cuerpos
derrotando la lógica de los tratados
de anatomía
de los estudios
con que los antiguos
definieran conceptos.
Esperan los paraguayos
a las puertas de la selva
en el linde con la naturaleza educada
a que los argentinos
en su eterna y confiada elegancia
terminen los desfiles y
las rutinas hermosas de la guerra
anterior a la batalla.

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